Las columnas vertebrales de la historia

 Cuando quiero pasar un buen rato, abro a Bukowski, sus poemas, relatos o entrevistas. Cuando estoy algo melancólico abro Lolita o Desde el jardín. Cuando quiero buena narrativa, abro algo de Philip Roth, Kundera, Delibes o Paul Auster. Cuando necesito un hermano silencioso que me comprenda, abro a Houellebecq. Hace unos minutos repasaba la buena prosa española a través de un manual. Ahí estaba el experimentalismo simbólico de Juan Benet con Volverás a Región, y el realista Juan Marsé con Si te dicen que caí (novela a la que accedí muy tempranamente y cuyas desgarradoras imágenes aún tengo grabadas).


 Avanzo en el manual y van apareciendo otros escritores como Miguel Delibes, Ana María Matute, Rafael Sánchez Ferlosio, María Zambrano, Francisco Umbral, Javier Marías y Antonio Muñoz Molina. Qué maravilla de país. Mil años ininterrumpidos de buena creación, mil años dando su suelo, sus frutos, su cultura y su luz a hombres como Cervantes, Garcilazo, Lope de Vega, Tirso de Molina, Góngora, Quevedo, Unamuno, Blasco Ibáñez y Sampedro.

Pasan los años, las décadas, los siglos y milenios por los países y lo único que queda en pie y bien vivos son sus escritores. Los escritores son las verdaderas columnas vertebrales de la historia, tan importantes para la perpetuación de la vida como la tierra, el agua, el aire y el sol, tan trascendentales y únicos porque sólo ellos pueden explicar el sentido de existir.

Tras un café vuelvo a Ham on Rye Black Sparrow, de Charles Bukowski (novela adictiva que ahora intento leer en inglés), y comienzo la lectura de El gran diseño, de Stephen Hawking, libro que me envió hace unos días mi amigo de infancia, Salvador Allende.

Imagen: José Luis Sampedro (1917-2013)

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