Triste, solitario y final


Ciertas historias, aparentemente descabelladas, me han resultado muy emotivas. Me sucedió hace años con Triste, Solitario y Final, la novela de Osvaldo Soriano. Mientras leía sobre el desamparo en que vivía Stan Laurel, un nudo en la garganta me obligaba a beber vasos y más vasos de agua.


 Un actor como Stan, consciente de su talento, no se lograba explicar por qué ya nadie lo contrataba.

Entonces recurría al detective Philipe Marlowe, ese personaje legendario de las novelas de Raymond Chandler. De ahí en adelante el argumento se entrometía en el behind the scenes de Hollywood, en la frialdad despectiva de los productores, en los nuevos escenarios, las nuevas tecnologías, la arrogancia de las nuevas estrellas, las nuevas modas que iban desechando lo viejo.

El hecho es que mientras leía me lo creía todo, incluso que algunas estrellas del cine clásico se agarraran a trompadas. Fue una buena inspiración de Soriano, porque lo descabellado partía de situaciones genuinas, como la efectiva pobreza, soledad y olvido en que sobrevivieron sus últimos años el Gordo y el Flaco.

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