Una llamada tardía

Tu padre quiere hablar contigo, me dijo al teléfono tía Eugenia. El no te puede oír así que sólo escúchalo.

Era la primera vez en mis 28 años que escuchaba la voz de mi padre. Tenía una textura metálica, accidentada, algo torpe, como quien no halla qué decir pese a tener buenas intenciones. Las palabras caían en mis oídos como sonidos cercanos pero sin significado.

Dos meses antes él se había enterado de mi existencia a través de una carta que le hice llegar. Ubicarlo no fue problema, pues era la única dirección telefónica en Chile que empezaba con el apellido que mi madre tardó tanto tiempo en revelarme.

Tras leer la carta se le vio turbado, ensimismado, sin saber cómo salir del paso, hasta que le contó los lejanos pormenores a su familia. Su esposa e hijos se enfurecieron y dejaron de hablarle.

Mi padre, sordo desde los 35 años a raíz de una meningitis mal cuidada, había intentado reiniciar su vida familiar y laboral trabajando de cartero en la fría Punta Arenas. El otrora talentoso químico, el literato, la incipiente gloria de las letras, el padre intelectual, protector, consejero, junto a todas esas grandes expectativas que iluminan la ruta de un hombre joven habían quedado enterradas tras esa enfermedad. De ahí en adelante se convirtieron en meros recuerdos silenciosos que de tanto ser repetidos, o idealizados, perdían su distancia, perdían su sentido, se banalizaban, y no podía asegurarse que hubiesen sido alguna vez reales.

Mi padre intentó exculparse por no haber sabido nada. Dijo haber buscado a mi madre luego de la última despedida, pero que la casa en que ella vivía se había incendiado y nunca más pudo encontrarla. Me habló sobre su vida posterior, sobre sus hijos, sus primeras publicaciones, la mala salud de su madre y sobre su padre que había muerto cuatro meses antes. Me deseó buena suerte en la vida y un gran porvenir para mis hijos. Luego se despidió y colgó el teléfono sin que yo pudiera decirle nada.

1 comentario :

  1. Anónimo30/4/10

    Es un texto tremendo que desgarra sus propias palabras y las va silenciando hasta que no queda rastro.
    Esa voz del padre que hay que rescatar, no la del padre titán que nos monta sobre sus hombros y nos hace sentir gigantes entre los árboles, sino la del padre vencido y viejo que nos mira implorante desde su silencio eterno.
    Pido que tu padre esté con el Padre

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